Por Germán "Gerbo" Feld
Las noticias de
nuestros tiempos pueden correr tranquilamente en una tribuna, y más si hablamos
de Argentina y sus tantas y tantas víctimas del hormigón que derramaron su
sangre en los tablones. Más allá de eso, las tablas a partir de un momento
fueron de cemento y se dejaron de mover tanto como sus antepasados de madera,
que a veces, trajeron dolores de cabeza a las autoridades de seguridad en
eventos deportivos (mejor, llamemoslas de inseguridad).
El año 1928 trajo
un nuevo presidente a la Casa Rosada, viejo conocido del pueblo era Hipólito
Yrigoyen en aquel entonces cuando se calzó la banda presidencial y, en malas
condiciones de salud, decidió emprender el último mandato antes del golpe de
estado del `30.
Pero un tiempo
antes de que este viejo tigre radical empezara su segundo gobierno, en Avellaneda
un nuevo estadio afloraba y deslumbraba a propios y extraños: El Club Atlético
Independiente, el 4 de marzo, inauguró el estadio apodado como la “Doble Visera”,
primera cancha de cemento de América Latina. Las puertas se abrieron para que
los espectadores vean el encuentro que igualaría el rojo en dos tantos contra
el Peñarol uruguayo, sin embargo es anecdótico el resultado si nos ponemos a
ver con atención las relucientes gradas de la flamante cancha, ya que
encontraremos a un personaje absolutamente ajeno a nuestra historia que había
marcado un antes y un después en la historia universal.
León Trotski
decidió emprender, en el año mencionado anteriormente, un viaje a América latina,
más específicamente al sur y de mochilero, como se conoce actualmente, ya que
en su momento más que una mochila, León se llevó un flete. Muy apasionado por
el fútbol él, ya que en su infancia solía ser wing derecho en los torneos
regionales que organizaba el partido bolchevique en su pueblo de origen,
Yanovka, no dudó ni un segundo en pasarse por Buenos Aires y Montevideo, las
cunas del fútbol rioplatense. ¡Y qué sorpresa se llevó el León Soviético!,
justo dio a parar aquel día de marzo en Avellaneda, claro, influenciado por las
referencias socialistas que le habían dado sobre ese club.
El calorcito de
esos días le molestaba un poco al hombre acostumbrado al frio polar y asesino
de la Unión Soviética, entonces se clavó una musculosa roja de extraña inscripción,
los que lo vieron alcanzaron a leer la sigla “CCCP”, algo desconocido en la
Buenos Aires agro exportadora de aquel entonces, que semilla por semilla
comenzaba a salir a la luz. A pesar de las temperaturas, León optó por el
pantalón que había usado en 1917 para la Revolución Rusa y por unos mocasines
que tenían una hebilla con la inscripción alegórica y acorde a la circunstancia
que decía “zarista, puto y cagón”.
Se tomó el 24 en
el barrio porteño de Villa Creplaj, lugar donde se estaba hospedando, y en una
hora, como un incógnito, estaba en la puerta del nuevo estadio. Entró y subió
los escalones de la popular rápidamente para ubicarse a un costado de la
tribuna, no el mejor lugar para ver el partido, sino, el mejor sector para
observar a la gente. ¡Si habrá sido un loco de la revolución este León!
Ningún medio de
aquel entonces pudo documentar este histórico acontecimiento, sin embargo
fuentes anónimas, debido a que en ese momento la Liga Zarista Argentina,
compuesta por zares exiliados en Buenos Aires que perseguían a cualquiera que
pudiera tener afinidad con la revolución bolchevique, notaron que antes del
partido pudieron ver a Trotski analizando las circunstancias objetivas para ver
cómo se llenaba la cancha, las subjetivas, donde este gran revolucionario pensaba
en ver armados a los aficionados, las dejó de lado ya que antes de entrar, en
el primer cacheo, le incautaron un fusil Dragunov de francotirador que había
usado de entrenamiento en Petrogrado.
Cuando hubo
comenzado el match, León permaneció callado, sin mediar palabra con nadie ni
gritar en los goles de independiente. Observaba cómo un toro las flameantes
banderas rojas del club agitarse de lado a lado, al parecer ese color lo
encandilaba y le despertaba una llama muy adentro suyo.
En el
entretiempo, León bajó las escaleras para ir al baño y luego dirigirse a un
puestito de comidas, del cual se fue muy indignado al ver cómo la irrupción del
capitalismo imperialista había hecho estragos en los gustos populares. Por la
gran cantidad de gente que había, no volvió a subir las escaleras y se pegó al
alambrado, pero de espaldas al verde césped.
Los que
estuvieron cerca de él en el segundo tiempo, advirtieron cómo se le piantó un
lagrimón cuando la barra brava de Independiente, comandada por el “Baby”
Alvarez padre, entonó la marcha radical bajo la letra de: “Viva el Club
Independiente, el orgullo nacional”.
Trotski no entendía castellano y mucho menos
la locura de esos muchachos, pero es imposible no pensar que en su cabeza,
cuando en el mismísimo momento que la hinchaba deliraba en el tablón, la
internacional socialista hubiera soñado en su mente a todo volumen y una ola de
banderas rojas recorría las calles de Moscú vivando la revolución. En ese
momento no le importaron los dolores que pasó en la Unión Soviética ni la tristeza
de los compañeros caídos, solísimo en un mar de gente, el tenía un cuento
impreso en su retina esa tarde de sol en Avellaneda.